9.1.12

Entre Escila y Caribdis

«Si alguna vez visitan la Tierra criaturas
superiores procedentes del espacio, la
primera pregunta que formularán, con
el fin de valorar el nivel de nuestra civilización,
será: ‘¿Han descubierto, ya, la evolución?’».
–Richard Dawkins, El gen egoísta—


«En el principio Dios creó los cielos
y la tierra».
–Génesis 1:1–

Los antiguos griegos creían que, custodiando el estrecho de Mesina, existían dos grandes monstruos que se tragaban a todo el que pasara por allí. Igualmente, hoy en día existen dos monstruos, con sus hinchadas cada uno, que pueden fácilmente tragarse entre ellos, y llevarse a muchos por delante.
El debate entre ciencia y religión es uno de los más acalorados de los últimos tiempos, lo que se extiende también a otros ámbitos (educación, leyes, política, etc.). Es un debate que entiendo muy bien, porque a lo largo de mi vida he pasado por todos los estadios que pueda uno tener en este ámbito. Al principio, hasta bien entrada mi adolescencia, era un creyente fervoroso que ponía toda su fe, de lo bueno y de lo malo, de lo divino y lo humano, de lo propio y lo ajeno, en ese ser que todo lo puede y todo lo sabe que es el dios monoteísta de las grandes religiones organizadas de nuestro tiempo. Más tarde, comencé a darme cuenta que todos los actos humanos tienen sus propias consecuencias, y que por tanto no se puede agradecer/culpar de todo lo que ocurre a ninguna Inteligencia superior, por muy poderosa que sea. A ese agnosticismo moderado siguió naturalmente la idea de que una divinidad controla nuestros designios es simplemente ridícula. Es también la opinión que mantengo hoy.
Y en eso ha tenido mucho que ver el debate entre creacionismo y religión. Cuando era un niño leí el libro «La Vida, ¿Cómo se presentó aquí? ¿Por evolución o por creación?», editado por los Testigos de Jehová. Este adminículo me impresionó vivamente, y llegué a preguntarme cómo podía alguien tragarse la patraña de la evolución. Más tarde aprendí, sin embargo, que era el libro religioso el que estaba lleno de manipulaciones y medias verdades, cuando no de auténticas mentiras. Cualquiera que tenga voluntad de informarse sin prejuicios puede descubrir que la evolución es «una verdad tan innegable como la luz del sol» (Dawkins dixit). Entonces no puedo entender por qué esa manía con recurrir siempre a una voluntad externa e incontrolable (la voluntad de dios). Y sólo se me ocurren dos posibles respuestas: que nos creemos tan importantes que nos parece inconcebible que podamos descender del mono (como nos parecía inconcebible que la Jerusalén no estuviera en el centro de la Tierra, primero, y que la Tierra no estuviera inamovible en el centro del Universo, después); y que tenemos demasiado miedo a vivir en un mundo en el que el futuro depende casi exclusivamente de nuestra libertad. Esta segunda es para mí la razón más importante. Pero como dijo o pudo decir Jesús de Nazaret: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». No queda otra.

Publicado originalmente el 5.1.2007

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