17.1.12

Debate


«La historia única crea estereotipos; y el problema
con los estereotipos no es que sean falsos sino
que son incompletos. Hacen de una sola historia
la única historia».
—Chimamanda Adichie—


Esta entrada está en parte motivada por mi revisionado, ayer, de la TED Talk de Chimamanda Adichie, la escritoria nigeriana que con su charla es capaz de conmover, de divertir, pero sobre todo, de advertir de un peligro del que rara vez somos conscientes: el peligro de contar una sola historia; el peligro de ver sólo un lado de las historias.

Y los seres humanos somos así, tendemos a simplificar, seguramente por buenas razones. Solemos etiquetar a todos los que conocemos, desde el mismo comienzo, dentro de una serie de estereotipos prefabricados que llevamos en la cabeza. Eso nos permite entender el mundo y, en cierta forma, no hay nada de malo en ello, siempre que esos estereotipos no se conviertan en prejuicios inamovibles que nos hagan incapaces de ver el todo.

Aquellos que me conocen personalmente saben que soy un enamorado del debate. Lo he sido siempre. Una de mis aficiones favoritas, para irritación de amigos y conocidos, es la de ser abogado del diablo, de mostrar la nota discordante, la versión alternativa, cuando se discute algún tema. Admito que es una de mis cualidades más enojosas. A nadie —ni a mi— le gusta que le digan que la realidad es más compleja de lo que parece, y que las cosas rara vez son blancas o negras (aunque todos lo aceptamos en teoría).

No obstante, esa suerte de afición se ha institucionalizado desde que arribé a la Universidad de Salamanca, por muy buenas razones. Una de las primeras cosas que hice aquí fue involucrarme en la Asociación de Debate, a la que he estado íntimamente unido desde entonces: he formado parte varias veces de su junta directiva, he trabajo y ayudado en todo lo que he podido. He recibido mucho más, sin embargo; muchos de mis mejores amigos aquí los conocí ahí.

Pero yo no he venido aquí a hablar de mi libro. Lo que quería decir es que el debate permite, precisamente, conjurar el peligro de la «historia única». Cuando hay que preparar un debate —de competición— sobre un tema cualquiera, el orador tiene que ponerse en los zapatos de las dos partes (entre otras cosas, porque su postura se definirá por sorteo justo antes de comenzar a debatir). Entonces, inevitablemente, comprendes que la postura que tenías sobre un tema no es toda la historia, que la otra parte tiene también argumentos, argumentos razonables, para defender su idea.

Que conste que esto no es una invitación a emigrar a la República de Equidistán. Por supuesto que hay ideas estúpidas, que no tienen defensa posible para una mente racional. Con todo, se trata de una minoría absoluta.

Estoy convencido de que reintroducir la comprensión del otro, en lugar de buscar la confrontación continua, es el primer paso para acabar con muchos de los males que nos aquejan.

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