31.12.12

Paz (bis)


«No basta con hablar de paz. Uno debe 
creer en ella y trabajar para conseguirla».

Este artículo es un pequeño bis respecto al que dediqué al Nobel de la Paz a la Unión Europea.

La imagen de arriba proviene del proyecto Laconic History of the World (lacónica historial del mundo), del cartógrafo Martin Elmer. Lo que hizo fue coger la sección de «historia» de los países en la Wikipedia en inglés y filtrar el texto para ver cuál era la palabra más repetida. Luego dibujó un mapamundi representando cada país con su palabra más emblemática.

Lo de arriba es una captura de pantalla del resultado del proyecto para Europa. Una imagen vale más que mil palabras (aunque sea una imagen de palabras). Como puede verse, la palabra más repetida con diferencia es war: guerra. Esto ya no es así. Hoy Europa es un continente pacífico, no importa cuáles sean sus otros problemas. Una imagen muy reveladora para aquellos que dudan si la Unión Europea merecía o no el Nobel. Por supuesto, no estoy queriendo decir que la paz sea exclusivamente gracias a la Unión: ha sido, por el contrario, un esfuerzo compartido por millones de ciudadanos de todas las clases que tomaron la determinación de arreglar sus controversias a través del diálogo, y no con la voz de las armas. Pero como dije en mi anterior entrada, creo que son esos ciudadanos los verdaderos destinatarios del galardón.

Dicho lo cual, ¡feliz año nuevo a todos!



vía: microsiervos.

28.12.12

La Carta de los Derechos

Nicole Fontaine, Jaques Chirac y Romano Prodi firman
la Carta en Niza, el 7 de diciembre de 2000

«Consciente de su patrimonio espiritual y moral, 
la Unión está fundada sobre los valores indivisibles 
y universales de la dignidad humana, la libertad, la 
igualdad y la solidaridad, y se basa en los principios 
de la democracia y el Estado de Derecho».
 Preámbulo de la Carta—

Una de las novedades más importantes que ha traído consigo la última gran reforma de los Tratados de la Unión es la aplicación, por primera vez, de una Carta de Derechos propia de la Unión Europea, que se viene a sumar a todas las formas de protección de derechos fundamentales que hay en nuestro continente.

Sin embargo, entre la población existe un gran desconocimiento sobre este importante instrumento. En el último eurobarómetro publicado sobre la cuestión se constató que solo el 64 por ciento de los europeos entrevistados habían oído hablar de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (siendo España el país mejor informado, con un 20% y Francia el mínimo, con el 3%). En esta entrada tratamos los más importantes interrogantes sobre la Carta: qué es, qué derechos contiene, cuándo es de aplicación y ante quién dirigirse si los derechos que reconoce han sido vulnerados.


1. ¿QUÉ ES?

La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea es, en palabras de Viviane Reding, la codificación de derechos más moderna del mundo. Se trata de un documento adoptado, en su primera versión, el 7 de diciembre del año 2000 en Niza, con las firmas de los presidentes del Parlamento Europeo, del Consejo y de la Comisión. Fue elaborado por una Convención en la que participaban parlamentarios nacionales, europarlamentarios, miembros de los gobiernos nacionales y de las instituciones y órganos europeos. En el debate fueron oídas, también, diversas organizaciones de la sociedad civil.

Aunque en un principio la Carta carecía de poder vinculante, a partir de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, el 1 de diciembre de 2009, la Carta comienza a tener valor vinculante: su cumplimiento es obligatorio. Esta versión de la Carta es ligeramente distinta de la primera, pues algunos de sus artículos procedimentales fueron alterados para adaptarlos al Tratado de Lisboa.

Ahora, por tanto, la Carta de Derechos Fundamentales tiene «el mismo valor jurídico que los Tratados» (artículo 6.1 del Tratado de la Unión Europea). Así, forma parte del núcleo duro del Derecho europeo: se integra en la «Constitución» material de la Unión. Todas las instituciones tienen que velar por su cumplimiento, y los miembros de la Comisión juran o prometen cumplirla cuando acceden a su cargo.

Además de la Carta propiamente dicha, la Convención elaboró unas «Explicaciones» que detallan el origen de cada precepto, y sirven como guía para la interpretación de la misma.


2. ¿QUÉ DERECHOS CONTIENE?

La Carta contiene un total de 54 artículos, estructurados en siete Títulos. En general, los derechos contenidos son aquellos que cristalizan a partir de las tradiciones constitucionales comunes de los Estados miembros y de los tratados internacionales por ellos suscritos en la materia (sobre todo, el Convenio Europeo de Derechos Humanos), además de aquellos que, por derivar del estatuto de ciudadanía europeo, son propios de la Unión.

El Título I lleva el nombre de Dignidad, y recoge los que son clásicamente conocidos como derechos de primera generación: a la dignidad, a la vida, a la integridad, así como la prohibición de la tortura y el maltrato y de la esclavitud.

El Título II (Libertades) recoge también algunas libertades civiles y políticas, pero también otras de contenido más económico. Entre ellas podemos destacar algunas, por su carácter más o menos novedoso. Así, recoge por ejemplo el derecho a la protección de datos personales (artículo 8), algo que en los textos clásicos era inimaginable. También es destacable que el artículo sobre el matrimonio (9) recoge ese derecho sin hacer referencia al sexo de los contrayentes. Según las Explicaciones, esa redacción «ni prohíbe ni impone el que se conceda estatuto matrimonial a la unión de personas del mismo sexo», algo que deberá decidir cada Estado miembro. Otros derechos que se recogen aquí son el de asilo (artículo 18) y la prohibición de expulsiones colectivas (artículo 19), por citar solo dos ejemplos.

El Título III se titula Igualdad y expresa los derechos de igualdad ante la ley (20), prohibiendo las discriminaciones por razón de sexo, raza, color, orígenes étnicos o sociales, características genéticas, lengua, religión o convicciones, pertenencia a una minoría, patrimonio, nacimiento, discapacidad, edad u orientación sexual (21.1). Particularmente importante, debido a la naturaleza de la Unión Europea, es la prohibición de discriminación por razón de la nacionalidad (artículo 21.2), así como el respeto a la diversidad cultural, religiosa y lingüística (22).

El Título IV (Solidaridad) contiene derechos económicos, sociales y culturales. Encontramos, por ejemplo, el derecho a la negociación y acción colectiva, incluida la huelga (28), la protección en caso de despido injustificado (30), la conciliación de las vidas personal y familiar (33), la protección de los consumidores (38) y del medio ambiente (39), entre otros.

El Título V es Ciudadanía. Aquí están los derechos que son propios y particulares de la Unión, provenientes, como decíamos, del estatuto de ciudadanía europea. Entre ellos, el derecho a ser elector y elegible ante el Parlamento Europeo y en las elecciones municipales de todos los ciudadanos europeos (39 y 40). Asimismo, recoge el derecho a una buena administración (41), el libre acceso a los documentos (42), y la posibilidad de recurrir ante el Defensor del Pueblo Europeo (43). También establece el derecho de todo ciudadano europeo a circular y residir libremente en todo el territorio de la Unión (45). Finalmente, recoge el derecho de todo ciudadano a acogerse a la protección diplomática o consular en la extranjero ante las embajadas o consulados de cualquier Estado miembro que no sea el suyo, si su propio país no está representado (46).

El Título VI (Justicia) fija también los clásicos derechos a la tutela judicial efectiva, a la presunción de inocencia, el principio de legalidad y el non bis in idem.

Cierran la Carta los artículos del Título VII, que no recogen derechos propiamente dichos, sino las disposiciones sobre la interpretación y aplicación de la misma.


3. ¿CUÁNDO SE APLICA (Y CUÁNDO NO)?

Una de las cuestiones más importantes y sobre la que existe más confusión es cuándo se aplica la Carta y cuándo sus derechos no son de aplicación. En 2010, casi el 70% de las cartas que los ciudadanos enviaron a la Comisión sobre la Carta se referían a cuestiones en las que esta no era de aplicación.

Aunque en ella se recogen derechos variopintos, la Carta solo se aplica en dos circunstancias: en primer lugar, cuando la acción que supuestamente vulnera el derecho proviene de las Instituciones de la Unión Europea. Y también cuando la acción proviene de los Estados miembros, pero únicamente cuando estos aplican normativa europea.

Así, todas las instituciones europeas, desde la Comisión hasta el Consejo Europeo, pasando por el Parlamento Europeo, el Consejo, el Banco Central Europeo, etc. deben respetarla y velar por su cumplimiento.

Del mismo modo, los Estados miembros están vinculados directamente por la Carta, pero únicamente cuando ejecutan normas jurídicas de la Unión Europea. Así, por ejemplo, un Estado europeo podría violar un derecho contenido en la Carta al trasponer una Directiva.

Sin embargo, la Carta no es de aplicación respecto de actuaciones puramente estatales. Es decir, aquellos actos que los Estados, las Comunidades Autónomas, etc. adoptan en el ejercicio de sus propias competencias no se someten al escrutinio de la Carta. Esto no significa, evidentemente, que esas entidades tengan vía libre para violar derechos fundamentales; pero los que deben respetar son los que se contienen en sus Constituciones nacionales y en los tratados internacionales de los que sean parte (como el Convenio Europeo de Derechos Humanos). Por tanto, podría darse la situación teórica —aunque improbable— de que un Estado viole un Derecho recogido en la Carta pero no en su Constitución; en tal caso, el ciudadano deberá conformarse con la violación, pues no tendrá remedios judiciales a su alcance para resarcirse.


4. ¿A QUIÉN DIRIGIRME SI MIS DERECHOS HAN SIDO VIOLADOS?

La última cuestión que trataremos aquí es a qué órganos se puede recurrir si un ciudadano entiende que las Instituciones europeas o los Estados miembros —en las circunstancias antes descritas— han violado alguno de sus derechos contenidos en la Carta.

La primera y obvia respuesta a esta cuestión son los tribunales nacionales. En virtud de los principios de primacía y aplicabilidad directa, los jueces de los Estados miembros son jueces ordinarios de Derecho común: están obligados a aplicar directamente las normas europeas. Como la Carta tiene ahora valor vinculante, cualquier ciudadano puede denunciar una acción que a su juicio la vulnere. Esta es la vía más adecuada, por ejemplo, en casos en los que el Estado ha traspuesto correctamente la normativa europea, pero la legislación es aplicada incorrectamente por las autoridades nacionales.

La segunda institución a la que podemos dirigirnos es la Comisión Europea. Como «guardiana de los Tratados», la Comisión tiene encomendada la vigilancia del Derecho primario de la Unión Europea, dentro del que se encuentra la Carta. Por tanto, podemos remitir una queja a la Comisión que, en determinados casos, puede referir el asunto, además, al Tribunal de Justicia, o instar ella misma un procedimiento por infracción. Este recurso es de particular interés en aquellos casos en los que el Estado miembro no haya traspuesto la normativa europea, o lo haya hecho indebidamente.

En los casos en las que la violación consista en un acto de mala administración por parte de las instituciones europeas, la queja pueda dirigirse al Defensor del Pueblo Europeo, que es quien debe velar por el cumplimiento de ese derecho en particular.

Finalmente, en determinadas circunstancias los ciudadanos y las empresas pueden dirigirse al Tribunal de Justicia de la Unión Europea para que anule un acto de las instituciones comunitarias que viole algún derecho de la Carta y que les afecte directa e individualmente.


PARA SABER MÁS

Puede consultarse sobre este tema el magnífico libro Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea - Comentario artículo por artículo, dirigido por Araceli Mangas, disponible gratuitamente on-line.

También pueden consultarse los Informes que elabora la Comisión sobre la aplicación de la Carta (dos, hasta ahora, del año 2010 y del 2011).

27.12.12

La política de información de la Unión Europea


«No reconozco fuente de poder 
más pura que la opinión pública».


Hoy me ha llegado, después de unos días de espera, los once documentos —entre folletos, informes y pósteres— que había pedido a la Comisión Europea. Este hecho me ha motivado a comentar un poco la política de información desarrollada por la Unión Europea. 

Desde hace unos años, la Oficina de Publicaciones de la Unión ofrece un gran número de documentos mediante el servicio EU Bookshop a todos los ciudadanos europeos, a los de países candidatos a la adhesión y a los de la EFTA. Muchos de estos documentos están en las 23 lenguas oficiales, la inmensa mayoría se envían gratuitamente —o por un precio muy reducido— y todos están disponibles para descargar gratis en formato pdf. Los documentos cubren un gran número de temas, desde Derecho de la Unión hasta cuentos para escolares.

De todas formas, siempre he creído que la Unión tiene un problema serio de comunicación con sus ciudadanos. A pesar del ímprobo esfuerzo que supone la edición de estas cientos de miles de páginas de información, se requiere un acto por parte de los europeos: tienen que pedir o descargarse los documentos… ¡y leerlos! Esto, para la mayoría, es tristemente pedir demasiado. Además, los medios de comunicación se han unido a los políticos nacionales en una campaña maniquea según la cual, cuando alguna medida impopular proviene de las Instituciones europeas, se les culpa a estas; pero cuando lo que viene de Europa es una decisión beneficiosa para los ciudadanos, los políticos nacionales se arrogan el mérito. 

Así, mientras el discurso navideño del Rey de España fue emitido por todas las cadenas de televisión y fue seguido por millones de españoles, el discurso sobre el estado de la Unión del presidente de la Comisión pasa sin penas ni glorias. 

La Unión Europea atraviesa por un periodo proceloso, en el que las decisiones adoptadas en Bruselas impactan negativamente en la vida de muchos ciudadanos. No obstante, también hay numerosas repercusiones positivas que se derivan de la ciudadanía europea. Las instituciones deben buscar la vía para conectar con los ciudadanos, y para ilusionarlos con el proyecto político que representan. Solo así hay esperanzas de que este triunfe.


16.12.12

La Unión Europea que quiero


«La contribución que una Europa organizada y 
viva puede aportar a la civilización es indispensable 
para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas.»
Declaración Schuman

Supongo que todos tenemos una idea de cómo debe ser la Unión a la que pertenecen 500 millones de ciudadanos europeos. Yo no soy una excepción, así que aquí presento cinco consejos que, en mi opinión, contribuirían a una mejor integración:


1. No más ampliaciones

No se trata de establecer los límites de la Unión de una vez y para siempre; aunque eso es algo que, evidentemente, tendrá que tener lugar en algún momento del futuro. Sin embargo, una organización a 28, con los actuales sistemas de adopción de decisiones, con cada país del Consejo teniendo capacidad de veto en temas clave, es evidente que debe establecerse una moratoria a las ampliaciones. Durante la próxima década, al menos, Croacia debería seguir siendo el último Estado miembro en ganar la adhesión. Hay que barrer la casa antes de invitar a más gente.

2. Reducir el papel del Consejo Europeo y del Consejo 

Creo que es imperativo que el Consejo Europeo vaya reduciendo paulatinamente su poder y su papel dentro de la Unión. La naturaleza particular de esta como organización internacional hace bastante difícil conseguirlo, pero no imposible, dada la vocación federalizante que tiene.

También el Consejo debe verse restringido, en mi opinión, a su papel legislativo, y abandonar sus funciones ejecutivas en beneficio de la Comisión, lo que lograría una clarificación de las funciones que iría en beneficio de los ciudadanos y dotaría de mayor racionalidad al sistema.

3. Mejorar y empoderar la Comisión Europea y el Parlamento Europeo 

Se trata de dos instituciones absolutamente necesarias en el proceso de integración. La Comisión Europea, como guardiana de los Tratados, tiene la misión primordial de garantizar el interés general de la Unión. Pero con cada reforma de los Tratados se ha visto más y más perjudicada, y con ella la propia Unión Europea. Es imprescindible revertir esta tendencia y darle el papel de motor ejecutivo que el proceso de integración necesita. Un paso no pequeño en este sentido, por su valor racionalizador, sería reducir el número de comisarios, para que sea un número menor al de Estados miembros. El Tratado de Lisboa  así lo prevé, pero el Consejo Europeo ha dado marcha atrás, cediendo al chantaje de Irlanda.

La otra gran institución que debe ser favorecida es el Parlamento Europeo, que representa directamente al medio billón de ciudadanos europeos. No obstante, en este caso ha ocurrido lo contrario que con la Comisión. Cada reforma se ha saldado con un poder cada vez mayor para la Eurocámara, aunque esto se ha debido, en gran medida, a la propia acción de los parlamentarios, que se han asegurado que su voz contara más y más. Aún hay cosas por hacer, sin embargo. Por ejemplo, el procedimiento legislativo ordinario, a través del cual Parlamento Europeo y Consejo colegislan en pie de igualdad, debe dejar de ser el proceso «ordinario» para convertirse en el «único».

4. Más integración

Finalmente, es necesario reformar los Tratados para consolidar la integración europea, en busca de esa «unión cada vez más estrecha» entre los pueblos de Europa que es el declarado objetivo de la Unión. Pero los protagonistas de esta integración han de ser los ciudadanos, y no los Estados. Mi opinión es desde hace años que el principal motivo por el que fracasó el Tratado Constitucional fue porque este se presentó al pueblo como un mamotreto cocinado entre tecnócratas. Hay que cambiar eso, y volver a ilusionar con lo que es, en palabras de Hollande, la más bella aventura de nuestro continente.

11.12.12

El Nobel de la Paz

Los presidentes del Consejo Europeo, la Comisión  y el Parlamento
reciben el Premio Nobel en nombre de la  Unión Europea.


«Veo esas doce estrellas [de la bandera europea] 
como un recordatorio de que el mundo puede llegar 
a ser un lugar mejor si, de cuando en cuando, 
tenemos el valor de mirar a las estrellas»
Václav Havel


Mucho se ha dicho y escrito estos días en torno a la concesión a la Unión Europea del más alto galardón que se entrega a personas o instituciones que hayan trabajado «más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz».

La controversia estaba servida desde el principio. No voy a entrar a valorar si hay personas que hayan trabajado «más o mejor» que la Unión por la paz, pero quiero defender que 500 millones de europeos merecen ese premio. Porque, sí, son ellos —nosotros— quienes lo hemos obtenido.

Parece ahora historia antigua pero aún hay, vivos y entre nosotros, personas que soportaron el horror del Holocausto nazi. No fue realmente hace tanto que nuestro viejo continente se desangró en su propio suelo con las dos peores conflagraciones de la historia del género humano.

Pero el 9 de mayo de 1950, apenas cinco años después del último de estos flagelos, cuando las heridas ni siquiera habían comenzado a cicatrizar, un hombre, Robert Schuman, comenzó el sueño de que franceses y alemanes, y por extensión todos los europeos, pudieran enterrar para siempre el hacha de guerra y establecer entre sí vínculos más fuertes que la mera amistad entre las naciones. Esa Declaración marcó el comienzo de un proceso que tenía como objeto, precisamente, la paz. Un proceso que todavía hoy está vivo, a pesar de los peligros que lo amenazan.

Hoy es fácil caer en el desaliento y el derrotismo. La palabra que empieza por «c» nos agobia y asaetea todos los días, y la gravedad de lo urgente difícilmente nos deja ver lo importante. Sin embargo, dejaré para otro día los problemas, los disgustos y hasta lo que se puede y debe hacer mejor. Porque hoy, simplemente, voy a congratularme por todos por este más de medio siglo de paz y unión.

25.10.12

Cataluña y la Unión Europea



«Al querer la libertad descubrimos que ella depende
enteramente de la libertad de los demás».

—Jean Paul Sartre—


Vaya por delante que, como español y como europeo, deseo que Cataluña permanezca tanto en España como en la Unión Europea. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha hablado y se ha escrito mucho sobre la posibilidad de que los catalanes abandonen voluntariamente una —o ambas— formaciones políticas, y me he puesto a escribir esta entrada sobre todo para ordenar mis ideas al respecto.

En primer lugar, aunque no directamente relacionado con lo anterior, debo expresar mi perplejidad por el hecho de que los catalanes se sientan como las perseguidas y agraviadas víctimas de una metrópoli imperialista. El mero hecho de considerar tal cosa a la España actual resultaría cómica, de no tener consecuencias potencialmente tan trágicas. El estupor es aún mayor, si se tiene en cuenta que los catalanes de hoy disfrutan de más autogobierno y libertad que nunca antes en toda su historia. Baste saber que Cataluña jamás ha sido un territorio independiente. Aunque mis amigos que han estado allí me juran que los políticos catalanes no hacen bandera de estos agravios especialmente, me resulta difícil de creer, aunque, por descontado, no es cosa solo de los políticos, y el sistema educativo que nos ha tocado padecer es en no poca medida responsable.

Aquellos que son quizás más prácticos que yo ven detrás de todo este movimiento una cuestión económica: los catalanes se sienten esquilmados por los españoles. Dudo que esta sea una excusa aceptable. Para empezar, ignora la idea de solidaridad, ínsita al nucleo de un Estado compuesto. Además, no explica por qué querrían pertener los catalanes a la Unión Europea, ya que allí deberían pagar lo mismo —si no más—. Y en tercer lugar, cualquiera con mínimos conocimientos de historia, sabe que los castellanos han estado pagando mucho más, y durante mucho más tiempo a los catalanes, que a la inversa.

Sin embargo, no son éstas las consideraciones que vengo a tratar aquí. La cuestión que debe responderse es el estatuto en el quedaría Cataluña —y con ello, los catalanes— si finalmente este territorio accede a la independencia.

Nos movemos aquí en el arenoso terreno de las opiniones jurídicas. Se dice que donde se juntan dos juristas hay tres opiniones, idea que viene a reflejar que casi todo es defendible en Derecho. Pero, por supuesto, no todas las opiniones tienen el mismo valor, y me propongo defender las que a mi me parece que están más fundamentadas.

En primer lugar, hay que hablar de las opciones que tiene Cataluña objetivamente, pero sin intentar engañar ni confundir a nadie. La pregunta que planea formular Artur Mas, en primer lugar, me parece que no es muy honesta. Preguntar a los catalanes si desean que su tierra sea un «Estado nuevo de la Unión Europea» podría esconder la taimada intención de que los llamados a pronunciarse caigan en el error de creer que la decisión de permanecer o no en la Unión está en sus manos. Evidentemente, no es así.

Algunos expertos señalan que esta cuestión debe enfocarse desde el punto de vista de la ciudadanía de la Unión. Sin embargo, este argumento es, en el mejor de los casos, tautológico: los catalanes son ciudadanos de la Unión en tanto que españoles (artículo 20 del Tratado de Funcionamiento). Si, por su propia voluntad, dejan de ser españoles, es evidente que perderían también la ciudadanía europea. Piénsese en el caso, por ejemplo, de un austriaco que solicita la nacionalidad suiza. La ley austríaca no admite la doble nacionalidad, por lo que el nuevo suizo perdería ipso iure la ciudadanía de la Unión; quizás el señor en cuestión no quería perderla, quizás incluso hubiera preferido conservarla, pero sabe —y por tanto, acepta— que la pérdida de la ciudadanía europea va necesariamente unida a la nueva nacionalidad. Si los catalanes votan por la independencia, estarían en el mismo caso.

Lo que ocurra en la práctica dependerá, en gran medida, del modo en que eventualmente Cataluña acceda a la independencia.

Si se produce una secesión unilateral, el Derecho internacional es claro en la materia: Cataluña sería un nuevo Estado tercero respecto a la Unión Europea. La práctica en este sentido ha sido siempre uniforme, en Naciones Unidas, exigiéndose al nuevo Estado que solicite su admisión como miembro nuevo, sin perjuicio de la calidad de miembro del Estado predecesor. En este caso ocurriría exactamente lo mismo. La adhesión de Cataluña no podría producirse pura y simplemente, como señalan los más ingenuos, aunque solo fuera —y no solo es por eso— porque de ella se derivarían importantes obstáculos prácticos —composición del Parlamento Europeo, del BCE, y de otras instituciones, juez en el Tribunal de Justicia, y tantas y tantas otras cosas—. Además, se equivocan los que piensan que en ese escenario sería España la única que se opondría a que Cataluña se convirtiera en 29.º Estado miembro (tras Croacia). Es de suponer que aquellos que tienen a sus propios independentistas en casa vean en Cataluña las barbas de su vecino arder. Como poco, es difícilmente imaginable que quienes que se han negado a reconocer al lejano Kosovo (Eslovaquia, Chipre, Rumanía y Grecia) vayan a abrirle los brazos a Cataluña independiente.

Cuestión distinta es si la separación se produce negociadamente con el resto de España. Desde mi punto de vista, esto no alteraría el principio fundamental de que Cataluña debe pedir la entrada como tercero en la Unión Europea. Pero por descontado, eso facilitaría enormemente las negociaciones para la adhesión, ya que limaría las suspicacias que otros Estados miembros pudieran tener (a fin de cuentas, si el principal involucrado, el pueblo español, acepta, no hay por qué pensar que otros no lo harán).

En todo caso, repito mi deseo de que permanezcamos juntos, de que seamos capaces de entendernos, y de aprender unos de los otros. En estos difíciles tiempos, la división y la confrontación solo nos perjudicarán aún más.

18.9.12

Futurolandia

Coches que vuelan…


«Me interesa el futuro porque es el sitio 
donde voy a pasar el resto de mi vida».

Una de las cosas que me encantaba leer cuando era niño eran los reportajes que intentaban despejar la oscura niebla del futuro y ver qué ocurriría a veinte, treinta o incluso cien años vista. Como los horóscopos, tales artículos casi nunca acertaron. Pero como ellos, es interesante ver en qué se equivocaban. Puedes ver un interesante recuento de estas predicciones fallidas en la web Paleofuture.com, organizadas por décadas.

Sin embargo, es difícil resistirse a jugar a ese juego. Por supuesto, es altamente probable que lo que describa nunca llegue a suceder, al menos no exactamente como se describe aquí, pero estas son cinco predicciones tecnológicas sobre el futuro. Son cinco cosas que, en mi opinión, existirán de manera generalizada a más tardar en las próximas dos décadas.


I.    I'm on my way, Michael!

En realidad, en este caso estoy haciendo trampas. No se trata de una invención del futuro, sino que es algo que ya está aquí. En efecto, después de varios experimentos en la misma dirección, Google ha dado por fin con un sistema que permite a los coches conducirse por sí solos.

Estos coches ya pueden usarse legalmente en el Estado norteamericano de Nevada, y es de suponer que dentro de no mucho tiempo se usen ampliamente en todo el mundo.

Este es el video promocional que usa la propia empresa para promocionar el ingenio:


Las posibilidades de un coche que no necesita conductor son muy amplias ya que, por ejemplo, ahorraría tiempo de aparcamiento, pudiendo enviarlo solo al garaje y llamándolo para que venga a recogerte, como si fuera una suerte de taxi.


II.    Lo siento, no hablo Swahili

Es una verdad ampliamente reconocida que las lenguas son una de las riquezas inmateriales de la Humanidad. Pero es igualmente innegable que los idiomas son frecuentes fuentes de conflicto. En todo caso, la capacidad para comunicarse con, literalmente, todo el mundo, es una de las fantasías que han vislumbrado desde siempre los escritores de la ciencia ficción.

La tecnología necesaria para ello ya existe, en estado embrionario. Solo es necesario perfeccionar lo que tenemos:
  • Un dispositivo de reconocimiento de voz. Lo primero que es necesario, por supuesto, es que el traductor universal sea capaz de entenderte. Google está avanzando mucho en la materia, a través del reconocimiento del habla, al menos inglesa, de los vídeos de su filial, Youtube.
  • Un sintetizador de la voz. En efecto, es necesario que el intérprete automático pueda expresar la traducción de un modo comprensible para el oyente. Aunque queda mucho camino por recorrer, las voces sintéticas han mejorado notablemente en el último lustro.
  • Lo más importante, el propio dispositivo traductor automático. De nuevo, ha sido Google quien ha llegado más lejos en este sentido —por raro que parezca, esto no es un publirreportaje, ni recibo un duro de la compañía de Mountain View, lo juro—.  A diferencia de los primeros traductores automáticos, que realizaban una traducción prácticamente literal, Google pretende imitar la interpretación humana de textos. El sistema que sigue, según explica la propia compañía, es analizar ingentes cantidades de textos previamente traducidos por humanos, y encontrar coincidencias estadísticamente demasiado significativas para haber ocurrido por azar, y dejar que la máquina aprenda.

Mucha gente se queja, con razón, de que la traducción automática es un proceso aún demasiado imperfecto. Sin embargo, estas críticas no tienen en cuenta lo muchísimo que se ha avanzado y el poco tiempo que ha llevado. En dos décadas, el sistema podría ser suficientemente fiable como para usarse con carácter generalizado, haciendo aún más pequeña la aldea global.


III.    Alterando los genes egoístas

Desde que Watson y Crick descubrieran, a principios de los cincuenta, la estructura doble helicoidal del ADN, la genética ha experimentado un extraordinario impulso. Este camino está plagado de grandes hitos, el más importante de los cuáles, en la memoria colectiva, fue la clonación de la archiconocida oveja Dolly.

La modificación genética de organismos ha planteado siempre importantes problemas técnicos, éticos y jurídicos (entre estos últimos, la patentabilidad de secuencias genéticas, de las que hablaré otro día). No obstante, parece que es un camino que hemos emprendido sin retorno. Las posibilidades que ofrece son infinitas: en la cura de enfermedades, la disminución del hambre en el mundo, biocombustibles y nuevos materiales. Pero el manejo de una tecnología que no entendemos aún plenamente también lleva consigo importantes riesgos. Si se nos va de las manos, quién sabe cuál puede ser el resultado final.



IV.    Viaje al interior de la célula

Cuando la Guerra Fría estaba en su esplendor, los dos grandes gigantes se la medían en el campo de la aeronáutica. Y como en todo, el tamaño importaba. Mientras la Unión Soviética era una dictadura que podía emplear todos los recursos a su alcance para hacer morder el polvo a su archienemigo, Estados Unidos era una democracia que tenía que emplear sus recursos para contentar a sus ciudadanos, además de noquear a los ruski. Por lo tanto, necesitaban dispositivos más pequeños y eficientes, y acabaron inventando la miniaturización.

El máximo exponente de esta tendencia es la nanotecnología, la invención de ingenios microscópicos que se miden en nanometros, no en metros. El uso de robots invisibles para las más variadas tareas también lleva consigo importantes reparos, pero no es menos cierto que ofrece grandes posibilidades, por ejemplo, en el campo de la medicina.



V.    Vente a Saturno, Pepe

Este es el más improbable de los escenarios y, con toda seguridad, no habrá ocurrido para 2032 —ni, para el caso, para 2132—. Sin embargo, es posible que empecemos a trabajar en este sentido en algún momento próximo del futuro. El explorador que el ser humano lleva dentro es demasiado ruidoso para acallarlo con argumentos realistas. Además, los recursos en este planeta parecen estarse agotando con rapidez (para ser honestos, nosotros los estamos agotando), así que emigrar muy lejos puede llegar a convertirse en nuestra única posibilidad de supervivencia. Por eso, la terraformación, la ciencia para convertir otro mundo en nuestro mundo, mediante la transformación de sus características físicas, puede convertirse en nuestra única esperanza. Como diría Carl Sagan, «todas las civilizaciones se vuelven viajeros espaciales, o se extinguen».


Y tú, avezado lector, ¿cómo crees que será el Futuro?

12.9.12

Totoro: A making of

Hace unos días me propuse hacer un Totoro —el entrañable personaje protagonista de la película de Hayao Miyazaki— de peluche para darlo como regalo de cumpleaños.

Primero, hicimos un Totoro versión «beta», a partir de telas viejas, para ver si éramos capaces de afrontar uno lo suficientemente decente como para que sirviera de regalo.

La primera versión resultó así:


Como el primer paso resultó bastante bien, y aprendimos de nuestros errores, nos pusimos manos a la obra con el definitivo. Lo primero fue comprar la tela, que es de lo más barata, y marcarla siguiendo el patrón:


Lo siguiente fue recortar y coser, a mano o a máquina, las diversas partes.


Y finalmente, rellenar y unir las partes. El resultado final fue este:



Especial mención y agradecimiento a Cheek and Stitch, que con su tutorial hicieron posible este trabajo =)




1.9.12

Sobre la blasfemia





«La libertad de expresión constituye uno de los
pilares esenciales de una sociedad democrática y
una de las condiciones básicas para su progreso y
para la auto realización de cada individuo. [Ésta] no
es solo aplicable a la “información” o a las “ideas”
que son recibidas de manera favorable, o que son
consideras inofensivas o con indiferencia, sino
también a aquellas que ofenden, son chocantes
o perturbadoras. Tales son las exigencias del
pluralismo, la tolerancia y la amplitud de miras sin
las cuales no puede existir una “sociedad
democrática”».

TEDH

Como afirma el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en la frase precedente, la libertad de expresión —y su hermana gemela, la libertad de información— es uno de los fundamentos absolutamente imprescindibles para el desarrollo de una opinión pública informada y libre, lo que a su vez es un requisito necesario para la existencia de una sociedad democrática.

Sin embargo, el ejercicio de la libertad de expresión —como ocurre frecuentemente con los derechos fundamentales— no es irrestricto, sino que está sometido a importantes límites, deberes y responsabilidades para aquellos que la ejercen. Debido su potencial para chocar con los derechos de otros, en ocasiones es necesario operar un equilibrio, de manera que ninguno de los derechos en conflicto quede absolutamente destruido o, si tal cosa es inevitable, para que prevalezca el más valioso.

Uno de estos derechos capaces de colisionar con la libertad de expresión es la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. En un contexto de conflicto entre ambas libertades, en general es la primera la que debe ser respaldada. En efecto, la democracia implica la capacidad de la gente de expresar ideas que puedan resultar molestas para la mayoría. Sin embargo, hay tres supuestos en los que se entiende que debe prevalecer la libertad religiosa. En primer lugar, en casos de difamación: el insulto deliberado y no provocado hacia personas e instituciones. En segundo lugar estaría el discurso de odio: la promoción del odio o la violencia hacia un grupo religioso. El tercer caso es la difamación, esto es, el desprecio hacia una particular religión, mediante la denigración o la mofa de sus dioses o de su doctrina.

No obstante, aunque caben pocas dudas de que las dos primeras cuestiones merecen una reprobación pública, la blasfemia es mucho más delicada. La línea que divide la crítica legítima de la religión y lo que puede considerarse blasfemo es muy fina y difusa.

Aunque en los países europeos las leyes antiblasfemia están generalmente en retroceso, España es uno de los países que aún conserva este tipo de normas. Así, el artículo 525 del Código penal dispone:

1. Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.

2. En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna
.
Aunque el precepto pretende un cierto equilibrio —pues dispone también penas para los que hagan escarnio de ateos y agnósticos— está claro que cabe dentro de la categoría de ley antiblasfemia, al menos su punto primero.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha considerado que los Estados tienen un amplio margen de apreciación a la hora de considerar qué puede entenderse por blasfemia, siempre bajo la supervisión europea. Así, el Tribunal ha entendido que no viola el Convenio Europeo de Derechos Humanos, entre otras cosas:
  • La condena al autor de una novela (Yasak Tümceler), en la que se dice «El mensajero de Dios [Mahoma] rompió su ayuno con sexo, tras la cena y antes de la oración. Mahoma no prohibió las relaciones sexuales con personas muertas o animales vivos» (caso IA c. Turquía).
  • La censura previa de un cortometraje (Visions of Ecstasy), que retrata a Santa Teresa a horcajadas sobre el cuerpo yacente de Cristo crucificado cometiendo un acto de naturaleza abiertamente sexual (caso Wingrove c. Reino Unido).
  • La censura y confiscación de una película (Das Liebeskonzil), donde Dios Padre es presentado como un idiota senil e impotente, Cristo como un cretino y María como una mujer lasciva; y la Eucaristía es ridiculizada (caso Otto-Preminger-Institut c. Austria).

En mi opinión, sin embargo, las leyes antiblasfemia abren una peligrosa puerta a la censura. En todos los casos anteriores, las sentencias han contado con importantes votos particulares disidentes con el fallo. Es evidente que la mofa con la mera intención de zaherir a las personas es un acto difícilmente disculpable. Pero las ideas, en cambio, mejoran y evolucionan a través del diálogo, la discusión y la confrontación. Las ideas de naturaleza religiosa no deberían ser una excepción a ese principio general. Una sociedad democrática no debería temer al debate, no importa el tema a tratar o los términos en que se desarrolle.

17.8.12

A vueltas con la Ley del Aborto


«No es fácil decir “ojalá mi madre me hubiera
abortado”. La derecha nos quiere hacer ver el
aborto como un acto de cobardía, egoísmo o
conveniencia de la mujer. Pero para muchas
mujeres, como mi madre, abortar sería un
inconveniente acto de valentía y generosidad».

Lynn Beisner—   


La paternidad es una labor de enorme importancia social y de gran dificultad. Los padres deben ser un modelo para sus hijos y casi siempre, en efecto, ejercen sobre ellos un poderoso ascendente. Por ejemplo, es muy probable que si tu padre fue el abogado que defendió la inconstitucionalidad de la Ley del aborto en 1985, tú, Ministro de Justicia en el 2012, quieras hacer otro tanto.

Y de aquellos polvos, como se suele decir, estos lodos. Nuestro ínclito ministro, Ruíz-Gallardón ha anunciado, como es de todos sabido, no solo que derogará la vigente ley de plazos, sino que, además, anulará el llamado «supuesto eugenésico», por el que se permitía abortar cuando el feto presentara graves malformaciones.

Así, el gobierno pretende aprobar una normativa que no solo nos lleva atrás en el tiempo, hasta los años ochenta, sino que esto le parece poco, y quiere una ley incluso más restrictiva que la de entonces. Si se sigue adelante con este empeño, España se situaría a la cola de la Unión Europea, solo por delante de Malta —donde el aborto está totalmente prohibido—, y de Irlanda —que solo admite el supuesto de peligro para la vida de la madre—, e incluso por detrás de la conservadora Polonia (!).

Lo que es peor, la norma que se pretende [re]introducir no solo es restrictiva, sino que será generalmente inútil y altamente perniciosa, porque las mujeres no dejarán de abortar porque se les prohíba hacerlo; simplemente recurrirán a abortos clandestinos o ilegales, que son más traumáticos y peligrosos.

En el mejor de los casos, la nueva situación sería la anterior a la Ley de plazos: un manifiesto y generalizado fraude a la ley, en el que el aborto estaba limitado de iure, pero era totalmente libre de facto, a través de la indicación terapéutica de peligro psicológico para la madre (en 2009, el 96,74% de todos los abortos practicados cayeron bajo ese supuesto). La vieja hipocresía de «hagámoslo, pero que no parezca que lo hacemos». Sin embargo, este panorama es atroz, ya que conduce a una inaceptable inseguridad jurídica y ansiedad en un momento tan delicado como es la interrupción de un embarazo.

En el peor de los supuestos, sin embargo, se procederá a una verdadera persecución contra las mujeres, lo que llevaría a una catastrófica situación de abortos clandestinos o poco seguros. Se estima que, en toda Europa, el número de estos abortos varía entre 500.000 y 800.000, anualmente.

La nueva prohibición tendría, además, efectos discriminatorios. En el caso de aquellas mujeres que puedan permitírselo, basta con cruzar la frontera a otro Estado miembro de la Unión Europea para obtener un aborto perfectamente legal, ya que el Tribunal de Justicia determinó que el aborto es un «servicio médico» que goza, por tanto, de la libertad de prestación dentro del mercado interior (caso SPUC). Es decir, serían las mujeres más vulnerables, las más pobres e ignorantes, las que tendrían que soportar el peso de la ley, mientras que las adineradas harán lo de siempre, irse al Reino Unido. 

El Ministro afirma que el Tribunal Constitucional ya se manifestó sobre esta cuestión en 1985 (cuando su padre defendió la inconstitucionalidad de todo aborto, ¿recuerdan?). Es cierto. En aquella sentencia el alto tribunal, con excelente criterio, dijo que el concebido carece de derechos —en particular el de la vida—, ya que no es una persona. Pero añadió que el nasciturus —esto es, el concebido no nacido— era merecedor de protección, ya que su vida es un «bien jurídico constitucionalmente protegido». Sin embargo, incluso entonces reconocieron los magistrados constitucionales que esa protección no era absoluta, y que admitía límites. De cualquier forma, aunque se admitiera que el Tribunal Constitucional excluía la posibilidad de una ley de plazos, es evidente que sus sentencias y su doctrina no están grabadas en piedra, de una vez y para siempre. Por el contrario, la misma naturaleza de las normas jurídicas, y de los principios sociales que son su fundamento, hacen necesaria su evolución a lo largo del tiempo. Es perfectamente posible que el actual alto tribunal llegara a una conclusión distinta a la del tribunal de 1985, cosa que solo sabremos cuando se pronuncie de nuevo sobre la materia (aunque para entonces su sentencia será inútil, ya que la ley habrá cambiado con toda probabilidad).

Más allá de los argumentos jurídicos y de las frías estadísticas, la nueva ley, de salir adelante, esconderá el drama de miles de mujeres, que se verán abocadas a mentir o a salir del país para evitar un embarazo no deseado, y que sentirán la espada de Damocles de la ley perpetuamente sobre sus cabezas. Se trataría de una inadmisible injerencia del Estado en la vida privada de esas personas, que además no estaría justificada por la ciencia o la medicina, sino únicamente por las convicciones religiosas morales del Ministro de Justicia y del partido al que pertenece. Una norma injusta, innecesaria, ineficaz, discriminatoria y peligrosa, impropia de una país civilizado y que, de eso estoy seguro, no perdurará.

7.6.12

A pale blue dot

La Tierra: un pequeño punto azul


Este es mi discurso favorito de todos los tiempos. Lo escribió Carl Sagan para referirse a la fotografía «pale blue dot» de la Tierra tomada por la Voyager 1 en 1990, a una distancia de 6 mil millones de kilómetros:

From this distant vantage point, the Earth might not seem of particular interest. But for us, it's different. Consider again that dot. That's here, that's home, that's us. On it everyone you love, everyone you know, everyone you ever heard of, every human being who ever was, lived out their lives. The aggregate of our joy and suffering, thousands of confident religions, ideologies, and economic doctrines, every hunter and forager, every hero and coward, every creator and destroyer of civilization, every king and peasant, every young couple in love, every mother and father, hopeful child, inventor and explorer, every teacher of morals, every corrupt politician, every "superstar," every "supreme leader," every saint and sinner in the history of our species lived there – on a mote of dust suspended in a sunbeam.

The Earth is a very small stage in a vast cosmic arena. Think of the rivers of blood spilled by all those generals and emperors so that, in glory and triumph, they could become the momentary masters of a fraction of a dot. Think of the endless cruelties visited by the inhabitants of one corner of this pixel on the scarcely distinguishable inhabitants of some other corner, how frequent their misunderstandings, how eager they are to kill one another, how fervent their hatreds.

Our posturings, our imagined self-importance, the delusion that we have some privileged position in the Universe, are challenged by this point of pale light. Our planet is a lonely speck in the great enveloping cosmic dark. In our obscurity, in all this vastness, there is no hint that help will come from elsewhere to save us from ourselves.

The Earth is the only world known so far to harbor life. There is nowhere else, at least in the near future, to which our species could migrate. Visit, yes. Settle, not yet. Like it or not, for the moment the Earth is where we make our stand.

It has been said that astronomy is a humbling and character-building experience. There is perhaps no better demonstration of the folly of human conceits than this distant image of our tiny world. To me, it underscores our responsibility to deal more kindly with one another, and to preserve and cherish the pale blue dot, the only home we've ever known.

[Desde esa posición tan alejada puede parecer que la Tierra no reviste ningún interés especial. 
Pero para nosotros es distinto. Echemos otro vistazo a ese punto. Ahí está. Es nuestro hogar. Somos nosotros. Sobre él ha transcurrido y transcurre la vida de todas las personas a las que queremos, la gente que conocemos o de la que hemos oído hablar y, en definitiva, de todo aquel que ha existido. En ella conviven nuestra alegría y nuestro sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas, cazadores y recolectores, héroes y cobardes, creadores y destructores de civilización, reyes y campesinos, jóvenes parejas de enamorados, madres y padres, niños esperanzadores, inventores y exploradores, guías morales, políticos corruptos, «superestrellas», «líderes supremos», santos y pecadores de toda la historia de nuestra especie han vivido ahí... sobre una mota de polvo suspendida en un haz de luz solar.
La Tierra constituye sólo un pequeño acto en medio del vasto teatro cósmico. Pensemos en los ríos de sangre derramada por tantos generales y emperadores con el único fin de convertirse, tras alcanzar el triunfo y la gloria, en dueños momentáneos de una fracción del punto. Pensemos en las interminables crueldades infligidas por los habitantes de un rincón de ese pixel a los indistinguibles moradores de algún otro rincón, en tantos malentendidos, en la avidez por matarse unos a otros, en el fervor de sus odios.
Nuestros posicionamientos, la importancia que nos atribuimos, nuestra errónea creencia de que ocupamos una posición privilegiada en el universo son puestos en tela de juicio por ese pequeño punto de pálida luz. Nuestro planeta no es más que una solitaria mota de polvo en la gran envoltura de la oscuridad cósmica. Y en nuestra oscuridad, en medio de esa inmensidad, no hay ningún indicio de que vaya a llegar ayuda de algún lugar capaz de salvarnos de nosotros mismos.
La Tierra es el único mundo hasta hoy conocido que alberga vida. No existe otro lugar adonde pueda emigrar nuestra especie, al menos en un futuro próximo. Visitar, sí; mudarnos, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos.
Se ha dicho en ocasiones que la astronomía es una experiencia de humildad y que imprime carácter. Quizá no haya mejor demostración de la locura de la vanidad humana que esa imagen a distancia de nuestro minúsculo mundo. En mi opinión, subraya nuestra responsabilidad en cuanto a que debemos tratarnos mejor unos a otros, y preservar y amar nuestro punto azul pálido, el único hogar que conocemos.]

Puedes oírla también en voz de su autor aquí.

31.5.12

¿Es democrática la Comisión Europea?

José Manuel Durão Barroso, Presidente de la Comisión Europea


La Comisión promoverá el interés general de la Unión
y tomará las iniciativas adecuadas con este fin. Velará
por que se apliquen los Tratados y las medidas adoptadas
por las instituciones en virtud de éstos.
—Artículo 17 del Tratado de la Unión Europea—

 Acaban de decir por enésima vez en la tele (TVE1) que la Comisión Europea tiene un déficit democrático. El comentario era aún más virulento, cuanto afirmaba que el Colegio de comisarios imponía condiciones a España a pesar de no tener ninguna legitimidad democrática. Aunque ya lo he discutido alguna vez con Ignacio Paredero, voy a dar mi opinión al respecto.

¿Cuánto de democrático y cuánto de déficit hay en la Comisión?

Para empezar, hay que señalar la importancia que tiene esta institución. En el triángulo institucional básico de la Unión Europea, sin contar al Consejo Europeo (Comisión, Parlamento Europeo y Consejo), es la única de las tres que tiene como misión primordial «promover el interés general de la Unión» (artículo 17 del TUE). El Parlamento Europeo comparte ese objetivo con el de representar a los ciudadanos que le votan; mientras que el Consejo lo debe coordinar con los intereses de «los pueblos de Europa» (los Estados). Por tanto, una Comisión independiente, democrática y fuerte implica casi con seguridad una Unión Europea mejor.

Podemos comenzar con el sistema de elección. El Colegio de Comisarios (nombre que, en general, podemos usar para referirnos a la Comisión) es nombrado por el Consejo Europeo tras recibir la confianza del Parlamento Europeo. Para verlo más claramente, examinemos qué dice al respecto el TUE (artículo 17):

Teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo y tras mantener las consultas apropiadas, el Consejo Europeo propondrá al Parlamento Europeo, por mayoría cualificada, un candidato al cargo de Presidente de la Comisión. El Parlamento Europeo elegirá al candidato por mayoría de los miembros que lo componen.

Es muy ilustrativo, para ver cuánto hay de democrático en este sistema, compararlo con lo que dice la Constitución española respecto al nombramiento del Presidente del Gobierno:

[E]l Rey, previa consulta con los representantes designados por los Grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno. […] Si el Congreso de los Diputados, por el voto de la mayoría absoluta de sus miembros, otorgare su confianza a dicho candidato, el Rey le nombrará Presidente. (art. 99 de la CE).

En efecto, en ambos casos el gobierno (la Comisión lo es a estos efectos) debe recibir la confianza del Parlamento. El presidente de España recibió hace seis meses el voto favorable de 186 de los 350 diputados del Congreso, el 53% de los escaños de la Cámara. La Comisión «Barroso» recibió en 2010 el voto de 448 de los 751 europarlamentarios (el 65% de los escaños).

Además también es necesario que ambos ejecutivos no solo reciban sino que también conserven esa confianza, pudiendo perderla si triunfa una moción de censura.

Naturalmente, el proceso no es perfecto. En primer lugar puede argumentarse que el Consejo Europeo tiene un papel demasiado preponderante, y que debería ser el propio Parlamento el que nombrara al Colegio de acuerdo a las listas que se presentan a sus elecciones. Sin embargo, en ese caso la Comisión sería un cuerpo mucho menos representativo de lo que es hoy. Así, a diferencia del Gobierno español (donde solo hay miembros del Partido Popular) en la Comisión conviven varias tendencias ideológicas (13 comisarios de centro-derecha, 6 de centro-izquierda, y 8 liberales).

Las críticas, en mi opinión, por tanto, no deben venir por ahí. Los problemas son otros.

Para empezar, el hecho de que haya un comisario por cada Estado miembro es nefasto. Eso transmite la equivocada impresión (a la opinión pública, pero también, sutilmente, a las instituciones europeas) de que están ahí para representar a sus Estados. También provoca que los comisarios hagan propuestas legislativas al son que le marcan sus gobiernos nacionales (algo que el Derecho de la Unión prohíbe).

El Tratado de Lisboa intentó cambiar esa tendencia, estableciendo que a partir del 1 de noviembre de 2014, la Comisión estuviera compuesta por un número de miembros correspondiente a los dos tercios del número de Estados miembros (es decir, 18 en una Unión a 27). Pero eso, desgraciadamente, no ocurrirá. El Consejo Europeo fue facultado para modificar dicho número por unanimidad. Y así fue, ya que acordó que tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa se adoptara una decisión, de conformidad con los procedimientos jurídicos necesarios, con el fin de que la Comisión siga incluyendo a un nacional de cada Estado miembro. Tras esta decisión está el chantaje de Irlanda, que exigió ese cambio para aprobar el TL en el segundo referéndum. Aunque esa es otra historia, el resultado es que tendremos que seguir arrastrando un ejecutivo excesivamente grande e institucionalmente débil.

El segundo gran problema es que en la Unión Europea no es reconocible una división de poderes montesquiana clásica. Aunque nos hemos venido refiriendo a la Comisión como «ejecutivo» o «gobierno», lo cierto es que esta institución comparte esa labor con el Consejo. Éste último cumple, así, una doble función, legislativa y ejecutiva. Es muy importante, desde mi punto de vista, que el Consejo se limite a la función legislativa y se refuerce y consolide el papel ejecutivo de la Comisión. Lamentablemente, no parece que esto vaya a ocurrir en el futuro próximo: cada reforma de los Tratados se ha saldado con un cierto debilitamiento de la Comisión Europea, y no con su empoderamiento.

Como conclusiones personales, puedo decir que no puedo apoyar sinceramente la visión de que la Comisión padezca ningún déficit democrático. Por el contrario, quizás sea una de las Instituciones más democráticas de la Unión, junto al Parlamento Europeo. Pero precisamente por eso, es urgente fortalecerla y convertirla en el auténtico y único poder ejecutivo europeo.

9.4.12

Ponle título






















Cuando hice esta imagen tenía una situación muy clara en mente. ¿Os ha pasado alguna vez? Podéis dejar qué título le pondríais a esta imagen en los comentarios (a ver si alguien se anima).

29.2.12

Juego de Tronos; o sobre la desidia de Gigamesh

Trailer de Game of Thrones, 2.ª Temporada


«Winter Is Coming».
—Lema de la Casa Stark— 


Mientras el invierno se aleja en el hemisferio Norte de este planeta azul nuestro, se acerca otro de naturaleza distinta. HBO ya prepara las pilas para la llegada de la segunda temporada de Games of Thrones —Juego de Tronos en castellano—, la aclamada serie basada en la saga literaria Canción de Hielo y Fuego, de George R. R. Martin.

Se trata de uno de esos acontecimientos televisivos que se esperan con ilusión. En general, no puede considerarse que yo caiga dentro de la categoría de friki, al menos en su versión más prototípica; pero en esto coincido con mis amigos que sí lo son: estoy totalmente enganchado.

Sin embargo, quiero dedicar unas reflexiones no a la versión televisiva, sino a la literaria. No voy a referirme a los retrasos constantes con los que los fans sufren y hacen sufrir a su autor. Voy a tratar, más bien, sobre Gigamesh, la editorial española que tiene los derechos sobre los libros de Canción

Y es que en pocas ocasiones he visto semejante ejemplo de miopía empresarial. Cuando la serie comenzó a ser un éxito ya en tierras íberas, los libros de la saga traducidos al castellano no se encontraban ni en los centros espirituales. En lugar de aprovechar el tirón para hacerse, literalmente, de oro, los editores actuaron de forma tardía y timorata en la tirada de nuevos ejemplares de libros que, por lo demás, ya estaban traducidos y editados. Recuerdo haberme recorrido Madrid —incluyendo la FNAC, El Corte Inglés y varias librerías— buscando Choque de Reyes sin éxito, y anunciándome todos los libreros que tardarían meses en recibir nuevos ejemplares.

Ahora, para más inri, cuando la versión original del último libro de la saga, A Dance with Dragons, lleva ya más de siete meses en el mercado anglosajón, la casa española aún ni siquiera ha anunciado cuándo tiene previsto sacar la versión en castellano. Los fans de la versión literaria, en una comprensible impaciencia  —y demostrando una coordinación y una eficacia mucho mayores que la casa editorial— han sacado ya su propia traducción, puesta gratuitamente a disposición de quien quiera en varias páginas de internet. Bien es cierto que en la propia traducción se añade una nota que reza:
Por último expreso mi deseo particular y el de todos los que hemos estado trabajando duramente estos dos últimos meses para tener esta traducción completada de retirar esta traducción en el mismo momento que el original sea traducido por Gigamesh, e insto a comprar, como seguro haremos todos los que hemos participado, el volumen original en Castellano editado por la misma editorial.
Sin embargo, es previsible que esta declaración de buenas intenciones se quede en muchos casos en papel mojado, y que los que lean esta traducción luego no compren la edición oficial de Gigamesh. 

Ignoro cuántos euros les costará a los editores, por tanto, este movimiento de los fans reconvertidos en traductores freelance; lo que tengo bastante claro es que ellos se lo habrán buscado.

27.2.12

¿Absuelto?


«¡Oh, libertad! Cuántas injusticias
se cometen en tu nombre».
—Madame Roland—

Ha salido ya la tercera y última decisión del Tribunal Supremo respecto al juez Baltasar Garzón —ya decía ayer que para mi siempre será juez, aunque le hayan retirado el título de señoría—.

Poco hay que se pueda añadir sobre lo ya dicho por tantos sobre esta cuestión. Se trata de unos procesos de tan claros tintes políticos que convirtieron el hecho de ser español en motivo de sonrojo internacional.

Los magistrados del alto órgano judicial han tenido a bien exonerar a Garzón por la investigación de los crímenes del franquismo. Así, se le declara inocente por la acción que motivó su persecución, mientras que se le condena por una instituida al efecto. Lavamos la cara y todos contentos. Es una verdadera lástima que no hayan engañado a nadie.

Garzón no es un hombre perfecto, y ciertamente no fue un magistrado perfecto. Su enorme afán de protagonismo ha acabado, al final, por perderle. Pero es triste —por decir lo menos— que alguien que ha hecho tanto por la Justicia y por España acabe denostado por el pueblo y por la democracia a las que ayudó a dignificar.

El juez Garzón puede aún recurrir al Tribunal Constitucional y al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Sin embargo, ninguna de esas perspectivas resulta demasiado halagüeñas, por distintos motivos muy largos para relatar aquí. 

Diría que aún confío en que se haga justicia, pero mucho me temo que mi capacidad para la fe no se estira tanto.

26.2.12

Volver



«Yo adivino el parpadeo
de las luces que, a lo lejos,
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
con su pálido reflejo
ondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor».
—Carlos Gardel—

Siempre se vuelve al primer amor. O al último. Ya sé que en mi última entrada anunciaba una larga vacatio, pero lo cierto es que esta ha ido mucho más lejos de lo que yo pretendía. Entre unas cosas y otras he estado casi totalmente desaparecido del mundo digital personal —también de twitter—, aunque he seguido presente en otros proyectos.

Durante este tiempo han acontecido multitud de sucesos que me hubiera gustado comentar, como los infamantes procesos contra el juez Garzón (sí, sé que ya no pertenece a la carrera judicial, pero para mí seguirá siendo siempre un magistrado de la justicia), o las reformas anunciadas por el Ministro de Justicia. O la situación que se vive en esta Unión nuestra, cada vez más desunida.

He perdido mi oportunidad y, como dirían los ingleses, it's no use crying over spilled milk. Así que, siguiendo la sabiduría de los flemáticos británicos, en vez de lamentarme voy a proponerme volver al manso redil de la constancia, que es mucho más útil.

Nos leemos luego.

22.1.12

Exámenes

«Litterarum radices amarae,
fructus dulces»

—Cicerón—
 
Me hallo inmerso en esa bonita etapa de la vida estudiantil en el que los profesores deciden que sus pupilos deben demostrar en un solo día si han estado atentos a sus chapas de los meses precedentes, razón por la que no pasaré por aquí muy a menudo hasta que eso cambie.


Por lo pronto, y debido a que el FBI ha decidido cerrar Megaupload y detener a sus directivos, os dejo con tres entretenidas violaciones de copyright:










Y ahora, a esperar que tiren la puerta abajo y cierren blogger:


18.1.12

Contra la «ley mordaza» norteamericana



«Aquellos que cederían la libertad esencial 
para comprar un poco de seguridad temporal, 
no merecen ni libertad ni seguridad».
—Benjamin Franklin—


La red está que arde a causa de la Stop Online Piracy Act (SOPA) y la Protect Intellectual Property Act (PIPA), dos proyectos de ley que se están tramitando en los Estados Unidos y que, aunque buscan proteger la propiedad intelectual y luchar contra la piratería, conceden poderes tan amplios que, mal usados, pueden suponer una auténtica «mordaza» a la libertad de expresión y una puerta a la censura de internet, no sólo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo.

Importantes y numerosos sitios web como la Wikipedia en inglés se están manifestando, autocensurándose hoy para evitar un mal mayor: la verdadera censura mañana.

Puedes firmar debajo para pedir al Congreso de los Estados Unidos que deje de tramitar las leyes mordaza. Si no eres norteamericano (lo que es más que probable), haz clic en «Not in the US?» y dirige la petición al Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Si quieres más información, aquí hay un vídeo sobre los dos proyectos (en inglés). También puedes leer el artículo que le dedica la Wikipedia en español o en inglés (no bloqueado).



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