9.11.19

Treinta años de una Europa sin Muro



Hace hoy treinta años redondos que cayó el Muro de Berlín. Ese día la historia cambiaba para siempre de la manera más inesperada. La mayoría de los expertos del momento creían entonces que la reunificación alemana no ocurriría durante su vida. De hecho, la apertura misma del muro tal día como hoy ocurrió en gran medida por error. Cuando Günter Schabowski, el funcionario alemán encargado de anunciar que los habitantes de Berlín oriental podían viajar al oeste, fue interrogado por un periodista sobre cuándo comenzarían esas medidas, el portavoz del SED contestó —equivocadamente— «ab sofort», inmediatamente. En realidad, la normativa que estaba presentando tenía un periodo transitorio de varios meses.

En cualquier caso, los habitantes de la ciudad, hartos de las penurias y la falta de libertades acudieron al muro que había separado físicamente a dos partes de una ciudad y, espiritualmente, a todo el mundo, y lo derribaron con todo lo que tenían a mano.

Los hechos del 9 de noviembre de 1989 tuvieron consecuencias inmediatas. Se trataba del principio del fin del todopoderoso Imperio Soviético, tras más de setenta años de ser uno de los dos grandes hegemones que dictaban el destino del orbe. Eso hizo que en Cuba, donde vivía en aquel momento, se prepararan para comenzar el llamado «período especial», una larga etapa de depresión económica provocada por la desaparición de las subvenciones de la URSS y el recrudecimiento del embargo norteamericano. Las antiguas repúblicas socialistas de Europa del Este fueron recobrando su soberanía y, convertidas en Estados independientes, muchas echaron la vista hacia Occidente, integrándose quince años más tarde en la Unión Europea. Alemania suturaba una herida que la había desgarrado desde la caída del nazismo.

Sin embargo, a largo plazo los efectos de la caída no han sido siempre todo lo luminosos que parecían a principios de la década de los noventa. Por un lado, el líder de la Federación Rusa no ha aceptado de buen grado la pérdida de influencia de su país. En su intento de recuperar la antigua consideración de potencia mundial, no ha dudado en emplear las más sonrojantes violaciones del Derecho internacional, desde la injerencia torticera en elecciones ajenas hasta la vergonzosa invasión de la península de Crimea.

Por otro lado, la rápida adhesión de las repúblicas del Este al proceso de integración, que pretendía evitar la tentación rusa de ponerlas de nuevo bajo su égida —como luego se ha visto con Ucrania— no tuvo en cuenta el nivel de compromiso de sus gobernantes con los valores de la Unión. Hoy, el continente asiste con estupor a las derivas iliberales de Polonia y Hungría, en abierto desprecio al Estado de Derecho y una concepción muy particular del respeto a la democracia.

Alemania, el país que lo comenzó todo, también ha vivido un devenir complejo. La caída marcó la reconciliación de los germanos de uno y otro lado del telón de acero. Pero a la larga muchos alemanes se han cuestionado la necesidad de seguir sufragando a los territorios de la antigua República Democrática que, treinta años después, continúan sin alcanzar el nivel de los estados de la RFA. A nivel continental, la debilidad de una Alemania dividida contribuyó al impulso del proceso de integración y al equilibrio del eje franco-alemán. Más adelante, la fortaleza tudesca ha trastocado esa delicada estabilidad. Especialmente, durante la Gran Recesión, la inflexible y dañina apuesta por la austeridad impuesta desde Berlín no pudo encontrar una narrativa alternativa desde París. Muchos llegaron entonces a la conclusión de que Europa se dirigía desde los sillones de la Cancillería Federal y las manos de Angela Merkel.

La caída del muro es, por tanto, la herencia que tenemos hoy y el origen de buena parte parte de los desafíos a los que nos enfrentamos. No obstante, no debemos perder de vista el gran efecto positivo que tuvo aquel suceso: demostró que los muros divisores y la falta de libertades no pueden durar eternamente y nos llenó de esperanza a todos los que vivíamos privados de los derechos y libertades más fundamentales. Ese es su auténtico legado.

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