25.10.12

Cataluña y la Unión Europea



«Al querer la libertad descubrimos que ella depende
enteramente de la libertad de los demás».

—Jean Paul Sartre—


Vaya por delante que, como español y como europeo, deseo que Cataluña permanezca tanto en España como en la Unión Europea. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha hablado y se ha escrito mucho sobre la posibilidad de que los catalanes abandonen voluntariamente una —o ambas— formaciones políticas, y me he puesto a escribir esta entrada sobre todo para ordenar mis ideas al respecto.

En primer lugar, aunque no directamente relacionado con lo anterior, debo expresar mi perplejidad por el hecho de que los catalanes se sientan como las perseguidas y agraviadas víctimas de una metrópoli imperialista. El mero hecho de considerar tal cosa a la España actual resultaría cómica, de no tener consecuencias potencialmente tan trágicas. El estupor es aún mayor, si se tiene en cuenta que los catalanes de hoy disfrutan de más autogobierno y libertad que nunca antes en toda su historia. Baste saber que Cataluña jamás ha sido un territorio independiente. Aunque mis amigos que han estado allí me juran que los políticos catalanes no hacen bandera de estos agravios especialmente, me resulta difícil de creer, aunque, por descontado, no es cosa solo de los políticos, y el sistema educativo que nos ha tocado padecer es en no poca medida responsable.

Aquellos que son quizás más prácticos que yo ven detrás de todo este movimiento una cuestión económica: los catalanes se sienten esquilmados por los españoles. Dudo que esta sea una excusa aceptable. Para empezar, ignora la idea de solidaridad, ínsita al nucleo de un Estado compuesto. Además, no explica por qué querrían pertener los catalanes a la Unión Europea, ya que allí deberían pagar lo mismo —si no más—. Y en tercer lugar, cualquiera con mínimos conocimientos de historia, sabe que los castellanos han estado pagando mucho más, y durante mucho más tiempo a los catalanes, que a la inversa.

Sin embargo, no son éstas las consideraciones que vengo a tratar aquí. La cuestión que debe responderse es el estatuto en el quedaría Cataluña —y con ello, los catalanes— si finalmente este territorio accede a la independencia.

Nos movemos aquí en el arenoso terreno de las opiniones jurídicas. Se dice que donde se juntan dos juristas hay tres opiniones, idea que viene a reflejar que casi todo es defendible en Derecho. Pero, por supuesto, no todas las opiniones tienen el mismo valor, y me propongo defender las que a mi me parece que están más fundamentadas.

En primer lugar, hay que hablar de las opciones que tiene Cataluña objetivamente, pero sin intentar engañar ni confundir a nadie. La pregunta que planea formular Artur Mas, en primer lugar, me parece que no es muy honesta. Preguntar a los catalanes si desean que su tierra sea un «Estado nuevo de la Unión Europea» podría esconder la taimada intención de que los llamados a pronunciarse caigan en el error de creer que la decisión de permanecer o no en la Unión está en sus manos. Evidentemente, no es así.

Algunos expertos señalan que esta cuestión debe enfocarse desde el punto de vista de la ciudadanía de la Unión. Sin embargo, este argumento es, en el mejor de los casos, tautológico: los catalanes son ciudadanos de la Unión en tanto que españoles (artículo 20 del Tratado de Funcionamiento). Si, por su propia voluntad, dejan de ser españoles, es evidente que perderían también la ciudadanía europea. Piénsese en el caso, por ejemplo, de un austriaco que solicita la nacionalidad suiza. La ley austríaca no admite la doble nacionalidad, por lo que el nuevo suizo perdería ipso iure la ciudadanía de la Unión; quizás el señor en cuestión no quería perderla, quizás incluso hubiera preferido conservarla, pero sabe —y por tanto, acepta— que la pérdida de la ciudadanía europea va necesariamente unida a la nueva nacionalidad. Si los catalanes votan por la independencia, estarían en el mismo caso.

Lo que ocurra en la práctica dependerá, en gran medida, del modo en que eventualmente Cataluña acceda a la independencia.

Si se produce una secesión unilateral, el Derecho internacional es claro en la materia: Cataluña sería un nuevo Estado tercero respecto a la Unión Europea. La práctica en este sentido ha sido siempre uniforme, en Naciones Unidas, exigiéndose al nuevo Estado que solicite su admisión como miembro nuevo, sin perjuicio de la calidad de miembro del Estado predecesor. En este caso ocurriría exactamente lo mismo. La adhesión de Cataluña no podría producirse pura y simplemente, como señalan los más ingenuos, aunque solo fuera —y no solo es por eso— porque de ella se derivarían importantes obstáculos prácticos —composición del Parlamento Europeo, del BCE, y de otras instituciones, juez en el Tribunal de Justicia, y tantas y tantas otras cosas—. Además, se equivocan los que piensan que en ese escenario sería España la única que se opondría a que Cataluña se convirtiera en 29.º Estado miembro (tras Croacia). Es de suponer que aquellos que tienen a sus propios independentistas en casa vean en Cataluña las barbas de su vecino arder. Como poco, es difícilmente imaginable que quienes que se han negado a reconocer al lejano Kosovo (Eslovaquia, Chipre, Rumanía y Grecia) vayan a abrirle los brazos a Cataluña independiente.

Cuestión distinta es si la separación se produce negociadamente con el resto de España. Desde mi punto de vista, esto no alteraría el principio fundamental de que Cataluña debe pedir la entrada como tercero en la Unión Europea. Pero por descontado, eso facilitaría enormemente las negociaciones para la adhesión, ya que limaría las suspicacias que otros Estados miembros pudieran tener (a fin de cuentas, si el principal involucrado, el pueblo español, acepta, no hay por qué pensar que otros no lo harán).

En todo caso, repito mi deseo de que permanezcamos juntos, de que seamos capaces de entendernos, y de aprender unos de los otros. En estos difíciles tiempos, la división y la confrontación solo nos perjudicarán aún más.

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